miércoles, 12 de noviembre de 2008

El Regalo



Como en el camino de todos los hombres, mi esposo tenía un padre y mi hijo tenía un abuelo. El abuelo conoció a su nieto en una clínica del barrio alto, un caluroso día de verano. Los ojos verdes del abuelo le miraron extrañado, mi niño era pequeño y pelado, igual que él. Me llevó flores para sellar un trato que duraría 8 años. El trato de ser abuelo de mi niño. Tal vez en su memoria se refugiaron esos momentos, de cuando un nieto y un abuelo se conocieron. Yo no sé por que extraña razón se parecieron tanto como diferentes fueron, nunca un abuelo se alejo tanto de un nieto, sin comprenderlo.

A mi niño lo trajo una cigüeña, enorme y blanca desde las profundidades del cielo, lo trajo envuelto en un velo de silencio y dolor. Nos trajo, además una alegría inmensa, una esperanza y una gran pena. Quiso decirnos que el niño era diferente, delicado y nuestro.

Mi madre, su abuela descubrió con el tiempo que mi niño tenía una virtud, sus manitas eran mágicas. Cuando algo no andaba bien, y venía la tristeza, él solía colocar sus manos suavemente sobre las personas, los animales y las flores, y en ese instante se producía una suave vibración y todo volvía a ser calmo y recuperaba su ritmo normal.

Mi niño no hablaba, no podía cantar, no silbaba, no corría y no jugaba fútbol. Pero soñaba con castillos, armaduras, enanos y princesas, mi niño miraba todo a su alrededor con gran atención, se reía infinitamente , pero no era como los demás niños. No era como todos los nietos.


La cigüeña que trajo a mi niño, según me cuenta mi madre, nos volvió a visitar, pero extrañamente comenzó a picotear fuertemente las tejas de la casa, quiso avisarnos de algo, pero estabamos tan ocupados que no supimos escuchar. Mi madre supo que a mi niño algo malo le iba a pasar.


El abuelo de mi niño no lo comprendía. Mi niño expresaba su amor con caricias y besos, su abuelo no le correspondía, se asustaba de ver a un niño tan pequeño demostrar tanto amor, cuando él, que había pasado largo tiempo aprendiendo a vivir, no podía hacerlo. Mi niño lo desconcertaba, lo asustaba. Solo quería alejarse de él.


El abuelo vivió intensamente, se sumergió en la vida dando brazadas a su propio ritmo y en el rumbo elegido. Se deslizo sin llevar a nadie a dar su paseo. Hizo un juego de esta vida con sus propias reglas, sin que los demás le dijeran por donde ir.


El abuelo sabía muchas cosas, hablaba entretenido, le gustaban los autos nuevos y antiguos, la geografía y el campo, tomaba vino con los amigos, dicen que tenía muchos, le gustaba leer y ver televisión, escuchar buena música, era un gran conversador, pero no podía conversar con mi niño.


Al abuelo le gustaban los animales, para él eran una gran compañía, mi niño ama a los animales, los considera sus amigos, los acaricia con ternura y los invita a jugar con frecuencia.


Mi niño amaba a su abuelo, le extendía sus brazos para elevarse en un abrazo, le hablaba en su idioma para conectarse, pero su abuelo le tenía miedo, no lo podía entender, lo eludía diariamente. Mi niño lloraba con rabia y con pena.

Una mañana gris, según cuenta mi madre, la cigüeña volvió a visitarnos y trajo en sus alas malas noticias: mi niño enfermaba.


Duros días se agolparon en la puerta de nuestra casa, el jardín enmudeció, las flores se apagaron y el sol se escondió. Vino un viento huracanado, de colores grises y azules. Demasiadas noches para nuestros corazones.
Pero se hizo el milagro, y las manitas de mi niño comenzaron a renacer.


El abuelo de mi niño en ese instante rescato de sus recuerdos el día en que se conocieron y una lágrima grande y transparente le mojo el bigote.


Y vino por última vez la cigüeña a visitarnos, según cuenta mi madre, estaba preciosa, blanca y enorme, erguida en la copa del palto más alto de mi niñez, abrió sus grandes alas y nos dejo un regalo, nos dijo la verdad sobre mi niño, nuestro niño.

Han pasado varios años desde entonces, mi niño respira a mi lado, ya habla con más soltura, juega con burbujas, conoce algunas letras, acaricia a la gente y las besa. Sus manitas son milagrosas, le quitan la pena al que esta triste, le dan aliento al fatigado, le dan calorcito al que tiene frío, sus manitas, sus manitas.
Hace algunos meses , mi niño sin razón aparente comenzó a llorar, y a hablar en su idioma, ese idioma que su abuelo no entendía. Descubrimos que algo malo iba a ocurrir.


Yo no podía comprender, ¡ que difícil se hace cuando creces entender el idioma de la inocencia ¡ , mi niño lo sabía antes que todos, él en su idioma nos contó la noticia y nosotros esperamos en silencio la llegada de la paloma mensajera.


Una paloma gris entro en la casa de la abuela de mi niño, voló de un lado para otro, y de pronto se posó en el hombro de mi hijo mayor y le contó al oído que su abuelo se había marchado.


El abuelo de mi niño, se fue sintiendo miedo de lo que no comprendía, mucha era la distancia entre ellos, pero mi niño que lo sabía antes, en ese instante, en el de la partida, perdono a su abuelo.


Durante el funeral abrieron la puerta de su cobija de muerte, y mi niño posó sus manos sobre la transparencia de su rostro y le dijo: Abuelo, tata, te regalo el reflejo de mis manos en tu cristal, para que las veas y las sientas cuando despiertes de tu sueño, y recorras el camino que has de hacer para venir a buscarme cuando yo muera.
Allí quedaron como regalo de unidad las manitas sanadoras de mi niño grabadas en el catafalco de su abuelo.
El abuelo se fue un atardecer de abril, dejándole a mi niño un dolor tranquilo en el corazón, un recuerdo suave en el alma y una ausencia corta.


El abuelo de mi niño, no podrá verlo crecer, ni correr, ni hablar correctamente, pero si verá reflejado en el cristal de su catafalco las manitas de su nieto cuando sus ojos se abran al
despertar.


Mi madre...

2002

1 comentario:

·º·DarkAngel·º· dijo...

Hola Nico, me emocionas ... aunque me parece que conocía esas palabras.

Estoy viendo tu imagen y la de tu hijo, un pequeño igual a ti ...

Un besito para ti y saludos a Vicky

Cariños